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miércoles, 25 de mayo de 2011

Hasta ahora siempre he tenido miedo.

Siempre tuve miedo de decir lo que pensaba. De mostrar lo que verdaderamente sentía. Lo que cada día me corroía por dentro. Tenía miedo de lo que pudiera pensar la gente de mi. De lo que podrían vengarse. Lo que podrían reprocharme. Tuve miedo de mostrar mis sentimientos. De ser rechazada. De darme cuenta de lo que era el verdadero amor. Quizás miedo a fallar en el amor. Enamorarse de alguien y a cada momento echarle de menos. Miedo a la vida. Miedo a reír. Miedo a llorar. Miedo a la soledad. Miedo a la incertidumbre. Miedo a la nostalgia, a la melancolía. Miedo a fallar. Miedo a repetir errores. Miedo a vivir experiencias nuevas. Miedo a que me abandonaran. Miedo a que nadie me quisiera. Miedo a no poder controlar mis sentimientos, mis pensamientos, mis arrrebatos de locura, histeria o simplemente alegría. Miedo a que la persona a la que más amo la tenga que perder. Miedo a sentir que llega un final, el final del cuento, de la película, de la historia, del año, del mes o simplemente del día que llevo vivido. O tal vez el final de las relaciones, del amor o la amistad. Pero a día de hoy, puedo decir que ese miedo se está yendo. Es cierto eso que de lo único de lo que se aprende es de la experiencia de uno mismo. Ahora puedo decir feliz que, he reido, he llorado, he estado sola, he echado a alguien de menos, he fallado, y he vuelto a tropezar con la misma piedra, he aprendido de cada experiencia, me han abandonado, me han odiado, y también querido, y la verdad no he sabido controlar mis arrebatos, ni mis sentimientos, ni sabré controlarlos, pero de eso me siento orgullosa. Y sí el final del cuento, de la película, de la historia, de tantos años, tantos meses y tantos días inolvidables llegaron, y otros muchos que quedaran por llegar. El final de las relaciones, el amor y la amistad, llegaron y llegaran, por que el amor no es para toda la vida, y las amistades pocas lo son, pero todo llega a su fin; mi miedo, también.

domingo, 8 de mayo de 2011

Vale la pena intentarlo.

La real academia define la palabra imposible como algo que no tiene facultad ni medios para llegar a ser o suceder, y define improbable como algo inverosímil que no se funda en una razón prudente. Puestos a escoger a mi me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo supongo. La improbabilidad duele menos y deja un resquicio a la esperanza, a la ética... Que David ganará a Goliat era improbable pero sucedió. Un afroamericano habitando la Casa Blanca era improbable, pero sucedió. Que los Varón Rojo volvieran a tocar juntos era improbable, pero también sucedió. Nadal desbancando del número uno a Federer, una periodista convertida en princesa, el doce uno contra Malta... El amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente. Por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino de amores improbables. Porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pase, es que puede pasar. 
 Y mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que pase, vale la pena intentarlo...